terça-feira, 8 de março de 2011

La rubia cabeza de Fonseca Una breve historia sobre poesía y tabacos, por RUBEM FONSECA


La rubia cabeza de Fonseca
Una breve historia sobre poesía y tabacos
RUBEM FONSECA

Cuando llegue la luna llena
iré a Santiago de Cuba,
iré a Santiago,
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Cantarán los techos de palmera.
Iré a Santiago.
Cuando la palma quiere ser cigüeña,
iré a Santiago.
Y cuando quiere ser medusa el plátano,
iré a Santiago.
Iré a Santiago
con la rubia cabeza de Fonseca. [GARCÍA LORCA]

     Cuando leí este poema de Lorca, quedé intrigado con el significado de aquel verso «Iré a Santiago con la rubia cabeza de Fonseca». Escribí, en algún lugar, que la poesía no tiene que ser entendida, y sí sentida, pero los escritores son contradictorios, y esta historia es antigua; em aquella ocasión yo estaba más interesado en entender que en sentir El poema. Pregunté a un amigo, estudioso de la obra de Lorca, cómo él interpretaba aquel verso, y respondió que el poeta español no queria decir nada, porque en verdad no existía tal poema.
     Respondí, con cierta impaciencia, que tenía absoluta seguridad de que había un poema com aquel verso de Lorca, pero no sabía dónde estaba el libro en que lo había leído. (Encontrado después: Federico García Lorca: Obras completas, recopilación y notas de Arturo del Hoyo, prólogo de Jorge Guillén, epílogo de Vicente Aleixandre, Madrid, Aguilar, octava edición, 1965). Discutimos, ambos acaloradamente convencidos, hasta que el especialista dio por terminado el debate diciendo «quien lee en exceso, como tú, termina por crear cierto desorden en la cabeza», lo cual es una falacia, pues mientras más el individuo lee más organizada está su mente.
     Existe desorden, sí, pero en mis estantes. Casi diariamente, nuevos libros se agregan a mi acervo y, como no existe espacio en los entrepaños, terminan esparciéndose por toda la casa, lo que contribuye a que yo nunca logre encontrar un libro que estoy buscando. Hoy la situación es caótica, pero incluso en aquella ocasión, cuando los libros estaban en cantidad menor, el problema ya existía. Lo cierto ES que olvidé por algún tiempo la rubia cabeza de Fonseca, y nunca más vi al experto en Lorca.
     Fumo tabacos desde hace muchísimos años. Durante largo tiempo, mi preferido era un Pimentel oscuro, negro, que hoy ya no existe, de olor tan fuerte que impregnaba cortinas, alfombras, ropas, papeles, libros, poltronas, paredes: la casa entera. Era el preferido de los buenos macumbeiros,1 um tabaco barato, de arquitectura imperfecta (si es que se podía llamar arquitectura a su tosco torcido), y de combustión tan deficiente que, en una caja de veinte o veinticinco tabacos, apenas unos ocho, como máximo, se podían encender correctamente y tener su humo aspirado. Pero el sacrifício de tratar de encender un tabaco y botarlo sucesivas veces era compensado cuando finalmente uno de ellos quemaba de principio a fin, proporcionando un placer inefable.
     Evidentemente, yo no fumaba ese Pimentel negro en presencia de otras personas. Me acuerdo de que, en cierta ocasión, fui a almorzar con Ruy Guerra, que estaba interesado en filmar «O cobrador», lo que infelizmente no ocurrió por problemas vinculados a la cesión de los derechos autorales.
     Después del almuerzo, salimos caminando por las calles, yo con ganas de encender mi tabaco hediondo,
pero sin querer ofender el olfato de Ruy, incluso considerando que estábamos al aire libre. Inesperadamente, Ruy me preguntó: «¿El humo del tabaco lo incomoda? El mío es muy fuerte». Respondí que no. Entonces Ruy sacó del bolsillo un genuino Pimentel oscuro. De inmediato saqué el que llevaba en mi bolsillo y, para felicidad nuestra, los dos tabacos ardieron de manera perfecta, mientras caminábamos tranquilamente y una leve brisa tranquilizaba nuestras conciencias.
     Como dije, ese Pimentel negro se acabó y acaso solo yo, Ruy y algunos viejos macumbeiros sientan su falta. Pasé a fumar unos puros bahianos de buena calidad, hasta que un día fui invitado a ir a Cuba para participar del Premio Casa de las Américas como jurado. (Ya escribí con más detenimiento sobre ese viaje, hablando del encanto del pueblo cubano y de la riqueza cultural de Cuba; puedo volver a hacer lo mismo en otra ocasión, pero quiero aprovechar para saludar con esta participación la jubilosa conmemoración de los gloriosos cincuenta años de la creación y la existencia fructífera, desde todos los puntos de vista, de la reputada Casa de las Americas).
     En Cuba, comencé a fumar tabacos cubanos. Quien gusta de tabacos, después de fumar un puro cubano, no logra fumar con gran placer otro que no sea originario de las tierras de Vuelta Abajo. En esse viaje, como en el siguiente que hice algunos años después, permanecí la mayor parte del tiempo en La Habana, pero pasé algunos días, creo que una semana, en Santiago. «Iré a Santiago con la rubia cabeza de Fonseca», me acordé entonces. En Santiago me dieron uma caja de tabacos Fonseca. Cuando la abrí, allí estaba, impresa en colores, en la parte de dentro de la tapa, la singular figura de un hombre joven con abundante cabellera rubia, el Fonseca de rubia cabeza del poema. (Fumé muchos tabacos Fonseca, pero confieso que no están entre mis preferidos, mas esa historia queda para después.)

1 Partidario o practicante de la macumba, designación genérica de los cultos sincréticos afrobrasileños derivados de prácticas religiosas y divinidades de pueblos bantúes, influenciados por el candomblé y con elementos amerindios, Del catolicismo, del espiritismo, del ocultismo, etcétera (N. del T., tomado y traducido del diccionario Aurélio).

     Volviendo a La Habana, visité la fábrica de los Fonseca, fundada en 1891. En las primeras décadas de 1900, los Fonseca eran muy estimados en España. Lorca debía de conocer el tabaco; no sé si lo fumaba, pero seguramente se impresionó con la figura de la caja. El poeta habla de la rubia cabeza de Fonseca en «Son de negros en Cuba», que escribió y recitó en Cuba, después de haber estado em Nueva York, alrededor de 1930, cuando estudiaba en la Universidad de Columbia. Todos los poemas de la colección «Poeta en Nueva York» están entre los mejores del gran poeta. Lorca tenía un estilo admirable, como conferencista y recitador de sus propios poemas. «Son de negros en Cuba» se habría escrito para ser cantado y bailado. Me gustaría ver un día ese espectáculo.

Traducción del portugués por Rodolfo Alpízar Castillo.

Revista Casa de las Américas No. 255 abril-junio/2009 pp. 38-40

2 comentários:

Unknown disse...

Gracias!!! Siempre quise saber a qué refiere ese verso

juglar disse...

Justo llegué a tu blog buscando la cabeza rubia de Fonseca, acá en México no llegué a conocer o no llegaron esos cigarrillos. De las muchas verdades que escribes es que cuando pruebas el tabaco cubano, nada, pero nada vuelve a ser igual.

Saludos!!!