segunda-feira, 31 de outubro de 2016

sábado, 29 de outubro de 2016

‘The Translation of Love,’ by Lynne Kutsukake By JANICE P. NIMURA



‘The Translation of Love,’ by Lynne Kutsukake
By JANICE P. NIMURA
APRIL 15, 2016



THE TRANSLATION OF LOVE
By Lynne Kutsukake
318 pp. Doubleday. $25.95.

When Americans imagine Tokyo circa 1947, they picture Gen. Douglas MacArthur in khaki, G.I.s tossing chocolate from jeeps, an emperor reduced from archfiend to bureaucrat. In his 1999 masterpiece, “Embracing Defeat: Japan in the Wake of World War II,” the historian John W. Dower shifted the focus to the Japanese, liberated, exhausted and bewildered. Now Lynne Kutsukake, a third-generation ­Japanese-Canadian and first-time novelist, conjures the voices of this agonized time with graceful simplicity.
First there is Fumi, 12 years old and in search of her big sister, Sumiko, who went to work when the family bookshop was firebombed — work that required her to wear wobbly heels and slit skirts, and kept her in the Ginza entertainment district more and more, until she stopped coming home at all. At school, Fumi is annoyed when the teacher saddles her with a new “repat girl,” Aya Shimamura, a Vancouver native now forcibly returned to a “homeland” she has never seen. But perhaps Aya isn’t such a liability. “The government is interested in hearing from the people,” the Americans announced when they arrived, and a “little Mount Fuji” of mail has been growing at occupation headquarters: opinions, complaints, entreaties. Fumi decides that a letter to MacArthur is her best hope of finding her sister. And Aya, who is hopeless at everything but English, can write it.
Rounding out the cast are Cpl. ­Yoshitaka (Matt) Matsumoto, a ­button-down translator with the occupation, born in America to Japanese immigrant parents, and Kondo-sensei, Fumi’s teacher, who moonlights as a bilingual Cyrano-for-hire, writing desperate “Dear Charlie” appeals on behalf of Japanese women clinging to the flimsy promises of departed G.I.s. The two men are the double conscience of the novel, two sides of an imperfect linguistic mirror.
The narrative perspective shifts constantly among these five, their actions and reactions sketched with minimal fuss. The story is satisfying but secondary to the mood: the quiet ache of loss. There are no landmarks in flattened Tokyo, and few indicators of what comes next. On the occupation-issued map hanging in Kondo-sensei’s classroom, Japan is now a “shriveled bean” at the very edge.
Everyone is betwixt: suspended between the pain of the past and the uncertainty of the future, and caught between identities as well. Back home in America, Matt was interned as a foreign threat; now he’s among the ranks of the victors in American uniform, growing used to the shuttered glances he encounters in the street. Which side is he really on? For Aya, it’s worse: There is no “back home.” “No Japs from the Rockies to the seas,” Vancouver’s member of Parliament famously trumpeted in 1944, and Aya’s father chose not to remain in a land where “they will always hate us.” Sumiko, flirting with danger in a dance hall, was raised to be “proper” — so then what to make of the persistent part of her that thrills to escape the conventional Japanese confines of good wife and wise mother?
The plainness of Kutsukake’s prose can verge on threadbare, with patches of earnest research peeking through, but these lapses are balanced by moments of indelible poignancy. A battered storefront advertises “DEMOCRACY POTS AND PANS.” The cheap red paint on the wall of a dance hall is like a woman’s lipstick, “faded and cracked by the end of the night.” A summer kimono printed with blue-and-white bamboo swaddles a discarded half-­Japanese infant’s corpse.
In the background, like a chorus, are the letters constantly arriving at headquarters. “Dear General MacArthur,” writes an octogenarian survivor. “How should a man live?” Kutsukake’s aim is not to answer this, but to keep asking.
Janice P. Nimura is the author of “Daughters of the Samurai: A Journey From East to West and Back.”
http://www.nytimes.com/2016/04/17/books/review/the-translation-of-love-by-lynne-kutsukake.html?emc=edit_tnt_20160415&nlid=57223302&tntemail0=y

Nobel de Literatura Bob Dylan, premio Nobel de Literatura 2016 La Academia Sueca otorga el galardón al músico "por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción"



Bob Dylan, premio Nobel de Literatura 2016
La Academia Sueca otorga el galardón al músico "por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción"


EL PAIS - CULTURA

Por primera vez en la historia del Nobel de Literatura, la gente no correrá a las librerías sino a las tiendas de discos. Cuando la secretaria de la Academia Sueca Sara Danius ha pronunciado el nombre, han retumbado todos los cimientos. Bob Dylan (1941, Duluth, Minnesota), premio Nobel de Literatura. La sorpresa en los mundos de las letras y la música solo puede ser comparable a la que seguro ha sido una legendaria, hipnótica, imbatible sonrisita pícara del galardonado al enterarse, perdido como siempre en su gira interminable alrededor del mundo, al margen del mito. Era el eterno aspirante, así como un recurrente chiste entre los más escépticos y, sobre todo, más ortodoxos. ¿Un músico, cuya única obra en prosa fue un fracaso, cosechando el mayor de los premios literarios? Imposible. Pero lo imposible –y vivir a contracorriente- es lo que mejor se le ha dado a este compositor que cambió como nadie el concepto de canción popular en el siglo XX, añadiendo una particular dimensión poética a la música cantada. Y tan importante como ese determinante hecho: su influencia, reconocida por los Beatles, los Rolling Stones, Bruce Springsteen y cualquier icono del rock y el pop que venga a la cabeza, no ha hecho más que crecer a medida que ha pasado el tiempo. Ahora, con este premio, y tras haber recibido antes el Pulitzer o el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, la onda expansiva da para otro siglo.
El bing bang comenzó a principios de los años sesenta, cuando un Dylan chaval abandonó su pueblo de Minnesota para trasladarse a Nueva York con el fin de dedicarse a la música y conocer en persona a su ídolo musical Woody Guthrie. Provisto de una gorra y una guitarra acústica, incluso inventándose parte de su biografía, recaló en Greenwich Village, el bohemio barrio de Manhattan poblado de cafés y clubes donde conoció ya la palabra afilada de los combatientes cantautores Pete Seeger, Ramblin' Jack Elliott o Dave Van Ronk. Componía a partir del contacto con ellos pero también de la poesía de los surrealistas franceses, especialmente de Arthur Rimbaud, y devorando la prensa diaria, que le daba combustible para esas primeras canciones que cambiaron la cara del folk norteamericano y le dieron un carácter contestatario sin renunciar al aspecto poético. Composiciones como Blowin’ in the wind, Masters of War, The Times They Are a Changing, A Hard Rain's a-Gonna Fall, Mr Tambourine Man o Chimes of Freedom llegaron al corazón de la generación de los sesenta, donde se fraguó la contracultura. “Venid senadores, congresistas, por favor oíd la llamada, / y no os quedéis en el umbral, no bloqueéis la entrada, / porque resultará herido el que se oponga, / fuera hay una batalla furibunda, / pronto golpeará vuestras ventanas y crujirán vuestros muros, / porque los tiempos están cambiando”, cantaba en 1964 con su voz nasal en The Times They Are a Changing, anticipándose al revuelo social y político de Norteamérica.
Fueron en esos primeros sesenta, en su tránsito diario de trovador por Greenwich Village, cuando conoció a los poetas beat. Aquello determinó aún más su visión literaria, a la que impregnó de una fuerza contracultural más incisiva, repleta de instinto y mordiente. Se relacionaba con Jack Kerouac, Neal Cassady, William Burroughs, Herbert Huncke, John Clellon Holmes o Allen Ginsberg, pero aún más importante: había vasos comunicantes. Dylan se fijaba en ellos, pero ellos veían en él al portavoz generacional, sorprendiéndose de su capacidad de captar la agitación, la desorientación, los desamparos y los ideales de aquellos convulsos sesenta. Con sus más de seis minutos de canción, rompiendo en 1965 el molde de single y reventando el concepto de radio comercial, Like a Rolling Stone conquistó el territorio de la ruptura generacional de los sesenta, más que cualquier novela, obra de teatro o película. Como dijo el poeta estadounidense David Henderson, no se trataba de una canción, sino de “una epopeya”.
Acababa de empezar la epopeya de Dylan, que abandonó el folk por el pop, maravillado por el ímpetu desenfadado y juvenil de los Beatles, los Rolling Stones y toda la tropa británica que desembarcó con un éxito monumental en EE UU. Con su sonido circense, de folk-blues-rock acelerado, sin olvidar esas baladas al piano, los álbumes Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde elevaron a la música popular a lo más alto del universo cultural. Allí donde antes había un chaval folkie lanzando dardos surgía un merodeador que documentaba las emociones de la extraña realidad.
Según ha declarado con exageración el poeta chileno Nicanor Parra, solo por tres versos de la canción Tombstone Blues, incluida en Highway 61 Revisited, se merece el Nobel. Son los versos: “Mamá está en la fábrica / no tiene zapatos / papá está en el callejón / está buscando un fusible / yo estoy en las calles /con el blues de Tombstone”. “Es realismo real, con la fábrica, el callejón y la cocina, donde está el niño solo con los blues", ha dicho Parra. A decir verdad, son muchos más los versos, que abren imágenes como ventanas a otros mundos posibles y que se recogen en esos dos discos esenciales para el desarrollo intelectual del rock. Esas obras, publicadas entre 1965 y 1966, sirvieron de guía fundamental para los Beatles, los Beach Boys y toda esa irrepetible generación del pop y el rock que protagonizó el siglo XX con sus canciones. Y, sin embargo, fue en esos años cuando, aupado por su propio entusiasmo compositivo y su fama, publicó su única novela Tarántula, una pifia de literatura experimental muy por debajo de toda su obra musical. Está claro que el comité del Nobel no ha tenido en cuenta el aspecto narrativo de Dylan a partir de su único libro, en el que intentó emular en prosa poética a Kerouac, Burroughs o Ginsberg.
El propio Allen Ginsberg fue el que más defendió su obra como un legado literario influyente, que a día de hoy se estudia en algunas universidades y tiene varios ensayos de análisis. De hecho, las primeras noticias acerca de la candidatura de Dylan al Nobel empezaron a llegar en 1996 cuando se organizó en Estocolmo un comité de campaña, apoyado por Ginsberg y Gordon Ball, profesor de la Universidad de Virginia. Ginsberg afirmaba: "Dylan es uno de los más grandes bardos y juglares norteamericanos del siglo XX y sus palabras han influido en varias generaciones de hombres y mujeres de todo el mundo”. Y Ball, por su lado, escribió: “Dylan ha devuelto la poesía de nuestra época a su transmisión primordial a través del cuerpo, revivió la tradición de los trovadores”. Un buen ejemplo de todo esto es un disco como Blood on Tracks. Para explicarse todas las grietas sentimentales del amor, uno puede leer los relatos De qué hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver, pero también puede coger este álbum de diez composiciones y bucear en sus letras para dar con huellas emocionales que explican los sinsabores del alma humana.
En las últimas dos décadas, Dylan, como siempre pero más que nunca, ha huido de su propio mito, como bien demostró en sus memorias Crónicas, un fabuloso libro lleno de trampas que no tiene nada de autobiografía al uso y sí mucho de literatura, en ese repaso desordenado y fascinante a algunos recuerdos de su vida. En este tiempo, no quiere saber nada de su influencia imponente en la música popular contemporánea o en las letras norteamericanas. No quiere detenerse ni un segundo en preguntarse si es tan valioso para la cultura y el arte como Picasso o John Ford, tal y como no se cansan de decirle. En estas dos últimas décadas, también muchos detractores le han situado en el ocaso de su carrera, lejos de esos años dorados de bardo divino. Pero, en todo este tiempo, realmente, el veterano compositor ha dado frutos conmovedores en discos como Time Out of Mind, Modern Times, Love and Theft o Tempest.
A partir de una melancolía sonora que bucea en las raíces del folk, el gospel o el country, ha creado un universo repleto de símbolos del pasado y evocaciones. La historia norteamericana llegando hasta nuestros días se despliega a través de postales ocres, repletas de personajes anónimos que podrían poblar las novelas de Philip Roth, Richard Ford o Cormac McCarthy en ese retrato espiritual del envés del sueño americano y del imparable paso del tiempo. “Ningún hombre, ninguna mujer sabe / la hora en que llegará el sufrimiento / En la oscuridad escucho la llamada de las aves nocturnas… El sueño es como una muerte temprana”, canta Dylan con voz arrastrada en Workingman’s Blues #2. “Reúnete conmigo al final, no te retrases / Tráeme mis botas y zapatos / Puedes rendirte o luchar lo mejor que puedas en primera línea / Canta un poquito este blues del trabajador”, dice el estribillo.
Esquivo e imprevisible, Dylan hace historia al ser el primer músico que consigue el premio Nobel de Literatura. Ya en 1965, cuando la prensa norteamericana le calificaba del gran poeta de su tiempo, el músico decía: “No me llamo poeta porque no me gusta la palabra. Soy un artista del trapecio”. Durante más de medio siglo, su paso por el trapecio ha sido un irrepetible ejemplo para otros muchos más artistas y personas de todo el mundo que reconocen una deuda con sus letras, con su visión del mundo. Bruce Springsteen dijo una vez: "Si Elvis Presley liberaba tu cuerpo, Bob Dylan liberaba tu mente". Esa capacidad, al alcance de los mejores creadores, es esencia misma de la mejor literatura, de la más trascendente y admirable obra artística.
Bob Dylan, premio Nobel de Literatura. Han retumbado los cimientos, como esa guitarra eléctrica, órgano Hammond, baqueta sobre la caja de la batería y voz punzante acopladas hicieron retumbar el mundo hace más de medio siglo con la arrolladora Like a Rolling Stone, un torrente literario que no deja indiferente. Bob Dylan, premio Nobel de Literatura. El secreto está en las canciones. Allí el trapecista Dylan ha conseguido lo que parecía imposible: que un músico gane el premio más prestigioso de la literatura mundial. Eso sí, que nadie espere que, a diferencia del resto, esto le va a cambiar la vida. Dylan seguirá a lo suyo, en su trapecio, con su sonrisita épica, intentando contarnos cómo sopla el viento.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/13/actualidad/1476344926_683109.html

No Avião



No Avião



Isto não é nenhuma piada, e aconteceu há muitos anos em um avião da British Airways num voo entre Johanesburgo e Londres. Uma senhora branca de uns cinquenta anos senta-se ao lado de um negro. Ela chama a aeromoça para se queixar.
— Qual é o problema, senhora? — pergunta a aeromoça.
— Mas você não está vendo? — responde a senhora.
— Você me colocou ao lado de um negro.
Eu não consigo ficar ao lado destes nojentos. Dê-me um outro assento!
— Por favor, acalme-se. Quase todos os lugares deste voo estão tomados. Vou ver se tem algum lugar na executiva ou na primeira classe. A aeromoça se afasta e volta alguns minutos depois.
— Minha senhora, como eu suspeitava, não há nenhum lugar vago na classe econômica. Eu conversei com o comandante que confirmou que não há mais lugar na executiva. Entretanto, ainda temos um assento na primeira classe. Antes que a megera pudesse responder algo, a aeromoça continuou:
— É totalmente inusitado a companhia conceder um assento de primeira classe a alguém da classe econômica, mas, dadas as circunstâncias, o comandante considerou que seria escandaloso que alguém seja obrigado a sentar-se ao lado de uma pessoa tão execrável. Dizendo isso, ela se vira para o negro e diz:
— Se o senhor quiser fazer o favor de pegar seus pertences, eu já preparei aquele assento - (o da primeira classe) para o senhor. Todos os passageiros ao redor que acompanharam a cena se levantaram e bateram palmas para a atitude da companhia.