Del humo que mata
MANUEL MARÍA MESEGUER
La
estadística es tan caliente que echa humo y acaba de publicarla la revista La
Boutique de El Fumador. En 2003 en España se vendieron 4.666,5 millones de
paquetes de cigarrillos, 111,2 millones más que en 2002. Alicante, con casi 277
millones de cajetillas ocupa un sorprendente tercer lugar, tras Madrid y
Barcelona; Murcia, el octavo, con 151,2 millones, y Albacete, con 37,6 millones
de cajetillas, baja al puesto 33 en la lista de provincias consumidoras de cigarrillos.
Las cifras llenan de satisfacción a productores y expendedores, pero alarman a
las autoridades sanitarias, capaces de inventar juegos y todo tipo de campañas
para evitar que los españoles mueran y dejen de aportar cuantiosos millones de
euros al Estado en forma de impuestos. Los gobiernos de todo el mundo viven una
auténtica esquizofrenia con el tabaco y el alcohol. Los ingresos fiscales vía
impuestos contrapesan el gasto sanitario de cuidar a los adictos con los
pulmones o el hígado destrozados.
Pero no es menor la esquizofrenia en la que vivimos los fumadores. Quienes pasamos de la cincuentena, comenzamos a fumar en nuestra adolescencia como una prueba de acceso a la condición de adulto y como una forma de copiar a nuestros mitos de la pantalla -aquellas nubes expulsadas por Bogart o por Glenn Ford-, sin la sensación de alarma y peligro que ahora rodea a los adolescentes.
Nadie nos dijo entonces que fumar mata, como
se le dice ahora a nuestros muchachos. Cuentan las estadísticas que a partir de
los 45 años, los hombres empiezan a dejar el tabaco, mientras que su consumo
aumenta en mujeres y adolescentes. Algo habrá que hacer, aunque es sabido que
ni el miedo, ni las imposiciones (lo de Irlanda es la Inquisición rediviva)
sirven para nada si el fumador no decide libremente dejar el cigarrillo.
Tampoco ayuda que se inflen las estadísticas. El que se diga que en España
mueren de 4.000 a
50.000 personas a causa del tabaco le quita bastante fuerza al argumento
sanitario. Esa diferencia quiere señalar al tabaco como causa originaria de la
muerte de nada menos que 45.000 personas, algo que a los fumadores excesivos y
compulsivos nos parece exagerado.
Un libro de autoayuda -Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo- lleva publicadas innumerables ediciones en su versión española y es el causante de que no pocos fumadores hayan tomado la decisión de abandonar tan placentero vicio. Solamente he podido hojearlo, pues quien me lo regaló decidió leérselo primero para abandonar al humo que mata. Mientras, tras fumar de forma incesante e ininterrumpida desde los quince años, llevo un mes, nueve días y siete horas sin fumar. Nunca había escrito una línea sin prender un cigarrillo, ni bebido un café, ni una copa. Pero tampoco pensé que fuera tan desazonador romper las cadenas con el hábito grabado a fuego en cada una de las células del fumador -palparse los bolsillos antes de salir de casa para sentir el peso y el volumen del encendedor y la cajetilla; vigilar el recuento de existencias para evitar la comprar en la madrugada; llevarse la mano a la boca al menos 1.200 veces al día-. Dicen que el hábito físico deja de convertirse en atadura a las siete semanas. Será para consolarnos, aunque si logro abandonar tan sensual vicio espero no pasar a la deleznable categoría de los no fumadores intransigentes e inquisitoriales. No quiero ser un converso, porque aunque no vuelva a dar una calada en mi vida, siempre seré un fumador impenitente.
"No debemos
obligar al lector a leer una frase de nuevo."
Gabriel García Márquez (n. 1928), escritor y periodista colombiano |
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