EL ADVERSARIO INTERIOR
(Théa Schuster) (Edt. Luciérnaga) |
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La
Sombra, el Anima y el Animus son arquetipos, como los llama Jung, durante el
tiempo en que son vividos en estado "bruto", es decir no
conscientes y no integrados, pero ¿qué es un arquetipo?
Un arquetipo representa
una verdad humana, universal, que existe desde el principio de la humanidad.
Su particularidad está en que no puede nunca definirse de manera racional,
pero se transmite al hombre únicamente a través del lenguaje de los símbolos,
los mitos y las imágenes. En todas partes donde aparece la vida humana, se
encuentran ciertos fenómenos, raíces y primeras fuentes, nos dice Dürckheim.
El arquetipo mismo no cambia nunca. Su forma, su imagen, se van transformando
según el lugar, la tradición y la época. Pero el contenido de su mensaje
permanece y permanecerá siendo siempre el mismo. El arquetipo es
independiente del tiempo cronológico y del lugar, por lo tanto posee una calidad
eterna, más allá del tiempo y del espacio. Si no fuera así los mistos del
antiguo Egipto o de la antigua Grecia no tendrían ya nada que ver con
nosotros, y no es el caso. Todavía hoy las mitologías egipcia, griega y celta
aportan muchas respuestas a nuestras preguntas fundamentales de hombres y
mujeres de los tiempos modernos.
Aplicado a la Sombra, al
Anima o al Animus (que se vuelven a encontrar bajo formas diferentes en todas
las culturas y tradiciones), el hecho induce a creer que su presencia y su
impacto sobre nosotros sobrepasan con creces el estrecho marco de la
conciencia racional. Los arquetipos intruducen en nuestra vida una calidad y
una fuerza que es sobre-humana o in-humana. La Sombra, el Anima y el Animus
son vividos como dioses, dotados de enorme poder con el que no habrá que
medirse jamás. La relación de fuerza es terriblemente desigual entre la
conciencia del yo limitada a lo conocido y a lo racional, y la potencia
innata de esos dioses que habitan nuestro inconsciente. Los arquetipos son
los representantes del inconsciente colectivo, son la suma de todas las
experiencias vividas desde que la humanidad existe. Cualquier vida humana
aporta su parte a ese oceáno inmenso que es el inconsciente colectivo.
Éste no puede nunca
llegar a ser totalmente consciente en efecto, ¿de qué manera una gota de agua
podría contener, aprehender todo el océano? Por el contrario esa gota puede
hacer la experiencia concreta de que ella es de la misma esencia que el
océano, de que es una parte única, indispensable y necesaria de él, de su
totalidad.
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Participamos
en el inconsciente colectivo a través de la Sombra, del Anima y del Animus que
son las gotas salidas de ese océano y nos son destinadas personalmente. Quiero
decir que a cada hombre le concierne -es su destino individual- la integración
de una ínfima parte del inconsciente colectivo. Y esa parte sólo le concierne a
él y a nadie más. La condición evidente para participar en la inmensidad de la
experiencia humana es la toma de conciencia de esa gota de agua que nos es
destinada, sin la cual no seríamos nosotros, los hombres, los que haríamos la
experiencia de la totalidad en nuestra existencia limitada y a su pesar, si no
sería el océano el que engulliría una pequeña parte anónima de él mismo sin que
nada le fuera revelado, ni a él, ni a la gota.
Cada ser humano se ve un día enfrentado con el colectivo. Pero no solamente con el inconsciente colectivo sino también con la conciencia colectiva. Esto está en estrecha relación con que el adversario colectivo existe también, es el Mal Absoluto que se exterioriza sobre todo en las guerras y otros horrores. Por fortuna, nadie alberga en sí mismo la totalidad del Mal Absoluto; pero a cada uno le toca en suerte un aspecto de ese Mal Absoluto bajo la forma de su adversario interior y personal, una especie de partícula bien precisa de ese mal colectivo. Esa participación en el mal colectivo por el sesgo del adversario interior es en el fondo una llamada a la responsabilidad humana y, si cada uno de nosotros nos endosáramos esa responsabilidad respecto a la propia fuerza adversa, reconociéndola y por lo mismo comprometiéndose en un movimiento de transformación, cada uno contribuiría a la liberación y a la realización de la humanidad.
Cada ser humano se ve un día enfrentado con el colectivo. Pero no solamente con el inconsciente colectivo sino también con la conciencia colectiva. Esto está en estrecha relación con que el adversario colectivo existe también, es el Mal Absoluto que se exterioriza sobre todo en las guerras y otros horrores. Por fortuna, nadie alberga en sí mismo la totalidad del Mal Absoluto; pero a cada uno le toca en suerte un aspecto de ese Mal Absoluto bajo la forma de su adversario interior y personal, una especie de partícula bien precisa de ese mal colectivo. Esa participación en el mal colectivo por el sesgo del adversario interior es en el fondo una llamada a la responsabilidad humana y, si cada uno de nosotros nos endosáramos esa responsabilidad respecto a la propia fuerza adversa, reconociéndola y por lo mismo comprometiéndose en un movimiento de transformación, cada uno contribuiría a la liberación y a la realización de la humanidad.
Pero, a
propósito, ¿cómo se llega a ser consciente de esa partícula de Mal Absoluto que
habita en cada uno de nosotros?
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