Después de la carrera, de James Joyce, un revolucionario de la novela
Retrato de la alta sociedad dublinesa
Algunos escritores marcan un hito en el devenir de la literatura. Son capaces de asumir todas las técnicas anteriores y crear otras nuevas de tal suerte que, tras ellos, la creación literaria ya nunca vuelve a ser la misma: ha salido de sus escritos completamente transformada.
En el caso de la poesía, es clarísimo en este sentido El papel Del genial Rubén Darío. Por su parte, en el del teatro, pueden considerarse así a Luigi Pirandello o a Alfred Jarry. Y, en el de la narrativa, junto a Proust o Kafka, es fundamental el trabajo de Joyce. Son lo que podríamos calificar como revolucionarios de la literatura.
James Joyce
El irlandés James Joyce (Dublín, 1882-1941), en concreto, probablemente habría quedado para la posteridad como un escritor más, con unas cualidades medias, si no hubiera sido por el Ulises, publicado en 1922. Pero esta novela lo ha elevado a las cimas de la creación literaria universal.
El Ulises cuenta un día en la vida de Leopoldo Bloom, un ciudadano cualquiera de la populosa Dublín. Sin embargo, se ha interpretado como una atrevida transposición de la Odisea de Homero, una parodia en el sentido literal del término –reversión a lo ridículo de una obra seria-, en la que el héroe clásico es reemplazado por el poco heroico protagonista. Y todo ello apoyado por una triste visión de la Humanidad.
Pero lo realmente revolucionario de la obra son las técnicas empleadas. Podría calificarse al Ulises como un laboratorio experimental –de ahí su difícil lectura- en el que cabe casi todo: distintos lenguajes –desde el jurídico hasta el coloquial-, juegos fonéticos como aliteraciones u onomatopeyas y, sobre todo, recursos narrativos entonces novedosos como el monólogo interior. De ahí su importancia para la literatura.
Pero lo realmente revolucionario de la obra son las técnicas empleadas. Podría calificarse al Ulises como un laboratorio experimental –de ahí su difícil lectura- en el que cabe casi todo: distintos lenguajes –desde el jurídico hasta el coloquial-, juegos fonéticos como aliteraciones u onomatopeyas y, sobre todo, recursos narrativos entonces novedosos como el monólogo interior. De ahí su importancia para la literatura.
Sin embargo, antes del Ulises, Joyce había publicado otras obras. La primera importante fue Dublineses (1914), una recopilación de relatos breves cuyo denominador común es estar protagonizados por tipos característicos de la sociedad de la capital irlandesa y que responden técnicamente a los principios del realismo tradicional.
Una vista de Dublín, ciudad natal de Joyce
Uno de ellos es el titulado Después de la carrera, que nos presenta a Jimmy Doyle, un joven perteneciente a la alta burguesía dublinesa que trata de adaptarse a sus refinados nuevos extranjeros. Realmente, en la obra no sucede nada: se pasean con su nuevo automóvil, comen o juegan a las cartas, pero lo que queda bajo todo ello es un retrato de esa nueva clase adinerada que intenta situarse a la altura de sus homólogos continentales.
Joyce era un nacionalista irlandés y podríamos cojeturar que, con estos relatos, trataba de brindar a sus compatriotas una identidad nacional a través de la muestra de personajes característicos de la sociedad de Irlanda.
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