LA BOMBA ATÓMICA
Brillante físico
y talentoso líder de otros científicos, J. Robert Oppenheimer contribuyó a la
victoria de EUA en la Segunda Gerra Mundial. Pero su vida privada le produjo
acusaciones de traición y un fin prematuro a su servicio en el gobierno.
Luego
de una racha matinal de sirenas antiaéreas, sonó la señal de que no había
peligro. El sol iluminó la hora pico de la bulliciosa Hiroshima, resaltando el
esbelto follaje de los famosos sauces de la
ciudad. En este día 06 de agosto de 1945, los hombres de negocios que
corrían a sus trabajos, los niños en camino a la escuela y las amas de casa
sabían, después de muchos bombardeos, que dos o tres bombarderos B29 de EUA no
eran peligrosos: si se tratara verdaderamente de un ataque serio, el cielo
estaría lleno de aviones.
Un sobreviviente recordaría que, de
pronto, “Un brillo cegador cortó el cielo... la piel de mi cuerpo sintió un
calor quemante... silencio mortal... luego un gran ‘¡bum!’, como el estallido
de un trueno distante.” A las 8:14, hora local, el bombardero Enola Gay soltó
su única carga, el “Little Boy” y se alejó rápidamente. Minutos después la
bomba atómica estalló, produciendo un brillo que encendió el cielo y provocó
fuertes vientos. De una bola de fuego de 400m de diámetro surgió una nube en
forma de hongo que se elevó 20km. El intensísimo calor, de quizá 3.000 ºC, convirtió
instantáneamente en carbón a miles de seres humanos. Miles más les
sobrevivieron unos pocos segundos, para ser golpeados por escombros o
sepultados por edificios caídos. Empavorecidos, muchos se tiraron a ríos que
habían hervido. En la horrenda vorágine murieron 200.000 almas, la mitad de la
población diurna de la ciudad.
Desaparecieron aproximadamente unos 60.000
edificios, fuegos dispersos se convirtieron en incendios mayores y la
contaminación radiactiva inició brutalmente su inhumana y silenciosa labor de
una muerte lenta y dilatada. En ese 6 de agosto de 1945, el azorado mundo supo
que el hombre había domeñado la energía encerrada en el átomo para crear un
arma increíblemente destructiva. Hasta ésa fatídica explosión, sólo unos
cuantos militares de alto rango y líderes políticos sabían la verdadera
historia: durante años, un equipo de científicos y técnicos trabajaron frenéticamente
para construir en secreto esta “arma
del día del juicio final”. Lo consiguieron,
debido en gran parte a la inteligencia e inspiración del distinguido físico
teórico J. Robert Oppenheimer, que en aquel entonces contaba con apenas 41 años
de edad.
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